Abraham: un Tamarisco y El Eterno
Un Tamarisco y la Eternidad
Relata la Palabra de Dios en el libro de Génesis, que después de divesos acontecimientos importantes en su vida, el patriarca Abraham siembra un árbol de Tamarisco en Berseeba, invoca al Eterno y como forastero se queda a vivir en tierra de los filisteos (21:33-34). Parece un suceso menor y aislado, pero cuando El Padre nos lleva a profundizar, vemos que se trata de un evento trascendental en la vida espiritual en ascenso del llamado padre de la fe. Resulta que es en en este momento de su caminar, que se le revela ese atributo de Dios, que en el original hebreo es 'El Olam, que significa El Eterno, sin límites, que está oculto a nuestro entendimiento, Cuyas palabras no se sujetan a nuestra temporalidad, a nuestras condiciones cambiantes, sino que Él es Quien dice Ser y Su carácter es inmutable.
Abraham, el árbol plantado en la Eternidad
¿Pero qué tiene que ver la siembra de un Tamarisco con Abraham y la revelación de la Eternidad?
Mucho. Un Tamarisco es un árbol de hoja perenne, es decir, de color verde y que no se caen; que resiste climas y condiciones adversas como calor y fríos extremos, sequías, crece en desiertos, cuyas raíces son profundas para acceder a las aguas subterráneas; y que, debido a su alta salinidad y su capacidad de consumir y almacenar gran cantidad de agua, se le facilita invadir territorios de forma agresiva. Entonces ahora si podemos entender que el padre de la fe, siembra este árbol de manera consciente, como una simbología profética de sí mismo y de su descendencia. Al revelarse a su vida 'El Olam, como su fuente inagotable y permanente, está siendo transformado a Su imagen y semejanza, tomando parte de Sus atributos, y viéndose asímismo como ése árbol que ha desarrollado su fortaleza y longanimidad, cuyas raíces profundas llegan al Agua, no importa lo desértico que sea su entorno, él no temerá la sequía, ni el calor ni los fuertes vientos, sino que siempre seguirá dando frutos, porque cimentó su confianza en la Eternidad, y como la especie invasora que sembró, podrá conquistar otros territorios llevando bendición a traves de su simiente, a todas las naciones de la tierra. Podemos ver entonces que el patriarca se sembró simbólicamente asímismo y a sus descendientes, como un acto de adoración al Eterno, a su vez, marcando el territorio que ya le había sido entregado, aunque estuviera viviendo en él como un extranjero, pues sabía que quien Lo dijo, es El Dueño. No es casual que este acontecimiento que a simple vista parece pequeño, haya ocurrido entre el nacimiento de Isaac y la prueba en el monte Moriah donde había de sacrificarlo, para un nuevo ascenso espiritual. Vemos como la identidad de Abraham ha sido formada y firmemente establecida, directamente por Quien se Le había revelado, pues aunque ya era un árbol con 100 años, no temía ni a la muerte, pues ya se le había revelado la vida eterna, y sabía que aún después de morir seguiría dando frutos y que su vida, su linaje y su posteridad estaban ya garantizados y arraigados en el Inmutable.
Esto nos deja una enseñanza muy hermosa que también vemos en el Salmo 1, Salmo 92 y Jeremías 17:7-8: quienes ponemos nuestra confianza en El Padre Eterno, seremos como esos árboles plantados junto a Sus aguas, sin importar las condiciones adversas siempre daremos frutos. Y nos da una garantía preciosa para nuestros descendientes, quienes darán continuidad al Pacto Eterno como receptores por herencia generacional de las promesas. Cada altar que construimos en cada estación de nuestra vida, es un escalón que nos hace subir más y más a Su Eternidad.
Tú, que buscas al Padre Eterno y yo, venimos de ese árbol, tenemos la misma madera, de allí fuimos extraídos; no desmayes si ves que el tiempo pasa largamente y no ves la promesa en tu vida y la de tus hijos. Hay un Pacto como Memorial Eterno delante de Dios, tú te aferras a Él, Le obedeces y Él, que es fiel, cumplirá contigo y tus generaciones posteriores.
Comentarios
Publicar un comentario